La pasada reunión de la OTAN, celebrada el 24 de marzo de
2022, había creado muchas expectativas a nivel mediático, pero la declaración
conjunta realizada por los Jefes de Estado y de Gobierno de los 30 países
que la constituyen, ha estado totalmente vacía de contenido, resultando ser,
con las mismas o distintas palabras, un repetir de lo que ya se había dicho en
otras reuniones. Como siempre la OTAN ha querido transmitir una imagen de
unidad, reiterando su compromiso con el Artículo
5 del Tratado de Washington. Ha condenado la invasión de Rusia; ha pedido al
presidente Putin que ponga fin a la guerra y retire a sus fuerzas militares de
territorio ucraniano. Denuncia la complicidad de Bielorrusia con Rusia, y hace
un llamamiento a otros países, incluido la República Popular China, a defender
el orden internacional. Respecto a China, le piden a su Gobierno que deje de
amplificar la narrativa falsa del Kremlin en particular respecto sobre la
guerra y la OTAN. Se solidarizan con Ucrania, garantizándole apoyo político y
practico. Y la OTAN dice adoptar medidas para dar apoyo a los socios frente a
las amenazas rusas.
La OTAN hace un llamamiento a defender el orden
internacional, pero no dice, ni siquiera sugiere, qué medidas se adoptarían frente a los países que prestaran apoyo
militar o económico a Rusia. Dice que las puertas de la OTAN están abiertas,
pero omite que en este momento lo están para quien Rusia diga que deja entrar.
Habla de una “influencia maligna rusa”, pero no la define ¿Se refieren solo al
ciberespacio? ¿Incluyen en ello la dependencia energética de Rusia? ¿Consideran
la inmigración rusa y las inversiones provenientes de Rusia también parte de
esa influencia maligna? Lo dejan a la libre interpretación de los ciudadanos, y
seguramente, que es lo más grave, también de los Gobiernos de los países
miembros.