Liderazgo político y lealtad, son dos conceptos íntimamente relacionados.
No hay liderazgo político sin lealtad, y la lealtad siempre se otorga en
beneficio de un determinado tipo de liderazgo. Durante el siglo XX, los liderazgos
políticos se apoyaron, principalmente, en tres tipos de lealtades: Uno, la
lealtad mesiánica o lealtad al líder supremo, cuyos ejemplos más representativos
son el Partido Nazi, construido sobre la figura de Adolf Hitler, y el Partido
Fascista Republicano de Mussolini. Este tipo de lealtad, que es como un amor
que provoca un proceso psicológico que da lugar a un culto a la personalidad basado en una fe ciega hacia la figura que lo
encarga, cuyas ideas y propuestas no se cuestionan en ningún momento, tiene como principal consecuencia que la caída
del líder lleva siempre aparejada la caída de la organización, del régimen, que
este representaba, al no aceptar sus miembros a nadie que lo sustituya, aunque
este diga que siga defendiendo lo mismo. Luego esta su antagónica, la lealtad a
la organización, al partido político, impulsada por el marxismo-leninismo, lógicamente
para dar consistencia a masas de iguales, trabajadores con un bajo nivel de preparación
intelectual. Lealtad, que en muchos casos, como fue el caso de Stalin, acaba degenerando
en un encubierto personalismo, de tal forma que defender al grupo, sus ideas e
intereses, pasa a convertirse en la defensa e intereses del líder, de su imagen,
de sus ideas, de lo que este encarna. Y
en último lugar está el liderazgo que se impuso en el Occidente democrático,
basado en la lealtad a valores e ideas, o lealtad institucional, pues serán las
instrucciones las que encarnen la defensa de esos valores e ideas
independientemente de las personas que las representen.
La lealtad personalista
favorece la corrupción política y los abusos de poder, pues todo vale y todo se
silencia en defensa del líder supremo. La lealtad al partido suele tener como
inconveniente que no se acepta la jerarquía, tan importante en todo tipo de organización,
y sobre todo en los partidos políticos, y dificulta que surjan liderazgos
nuevos, favoreciendo que perduren siempre las mismas ideas aunque estas sean
equivocadas. Los regímenes comunistas, sustentados en la lealtad al partido,
tardaron mucho en darse cuenta de que sus ideas económicas eran equivocadas. La lealtad, típica del Occidente democrático moderno,
únicamente a valores e ideas, permite una pacífica alternancia política en las democracias, y la
alternancia de personas al frente de las organizaciones sin que estas sufran al
cambiar quien las dirige.
Hablo de lealtad porque en
actual Occidente democrático, que en el pasado siglo se identificaba con los
valores que defendía la NATO, cuyos límites hoy no están ya tan bien definidos,
parece ser que ha vuelto a ponerse de moda, a impulsarse, a resurgir con mucha
fuerza, un liderazgo político basado en el culto a la personalidad, en destacar
la imagen, las cualidades del líder, y no tanto sus ideas. Hay muchos y
diferentes tipos de personalismos, se podría decir tantos como líderes, pues en
cada caso se explota aquello en lo que el líder es más fuerte. El perfil más típico
del personalismo actual suele ser el de joven, con elevada titulación, con
conocimiento de técnicas de comunicación, con una imagen personal moderna, ideológicamente
flexible, partidario de conceptos como el de la defensa de la transversalidad política, de alianzas
puntuales y variables, y con una fuerte ambivalencia moral. Los defensores del
moderno personalismo nos suelen presentar al líder como el único capaz de ganar
y resolver los problemas de la sociedad. El líder del moderno personalismo
suele surgir de la nada, nadie dice apoyarle, pero de repente nos encontramos con que cuenta con numerosos apoyos políticos y
sociales, quieren así hacer creer a los ciudadanos que con unas ideas que no ha
definido, o si lo ha hecho, que no han sido valoradas, ha logrado ganarse
dichos apoyos. Lógicamente, el personalismo político ha vuelto a resurgir en
occidente porque hay una grave crisis de valores. La lealtad a valores e ideas,
se ha dejado a un lado para darle dicha lealtad a una imagen, a alguien que se
nos presenta como un mesías, único capaz de salvarnos, sin el cual, nuestra organización,
nuestro Estado, caerá en el caos.
La lealtad que permitió ganar
al expresidente Obama, es muy distinta a la que sustenta el actual presidente Trump. Obama
exploto su imagen de universitario negro, de triunfador de una minoría racial
americana, mientras que Trump ha apoyado su liderazgo en su imagen de exitoso
hombre de negocios. Pero en ambos casos, son liderazgos basados en lealtades
que han dejado valores e ideas a un lado, para pasar a defender un perfil,
que apoyan de forma interesada ocultos poderes y que se considera ganador. Para
pasar a defender lo que los medios de comunicación, el marketing político y la
propaganda, nos dicen que encarna un determinado líder. Durante los últimos meses
de su segundo mandato, el presidente Obama, impulso el aperturismo con Cuba, lo
que represento una traición hacia sus antecesores en la Casa Blanca, los cuales
habían defendido durante décadas el embargo y bloqueo a Cuba como forma de frenar
el avance del comunismo y provocar cambios en la dictadura comunista que todavía hoy gobierna la isla. Por
su parte, el presidente Trump ha llegado al poder estando investigado por la Comisión
de Inteligencia del Senado americano, por su vínculos con oligarcas que trabajan para el actual Gobierno
de Rusia. ¿Cómo estos personajes han podido llegar a ser presidentes de los
Estados Unidos? Lógicamente, gracias a lealtades que han dejado en segundo
plano valores e ideas, para ganar elecciones apoyando la imagen de un
determinado líder, cuyo discurso luego se rellena con ideas populares destinadas
a resolver problemas de la sociedad pero sin valorar si estas son o no viables,
eso es lo de menos, lo que interesa es que nuestro líder gane. En Europa, hay
numerosos casos de este tipo de liderazgos. El presidente de la República Francesa,
Emmanuel Macron, es el caso más llamativo y exitoso de personalismo político. Ministro
con el socialismo francés, creo un nuevo partido sin dar a conocer sus apoyos;
a pocos meses de las elecciones, salía a la luz un caso de corrupción que
desacreditaba por completo al líder de derecha, François Fillon; ya en el poder no tardo en pactar con
la derecha para formar Gobierno, nombrando primer ministro a Édouard Philippe, miembro
de Los Republicanos. Su falta de consistencia ideológica
ha vuelto a ponerse de manifiesto al tener rectificar sus políticas debido a
las revueltas violentas provocadas por los denominados chalecos amarillos, un
movimiento social, muy minoritario, que ningún partido todavía se atreve a
liderar de forma pública. En España, el
elevado fraccionamiento político, tanto de la derecha como de la izquierda, es
fruto de una lealtad al líder más que a
valores e ideas. Si fueran líderes tan carismáticos como los presentan, concentrarían al electorado en torno
suyo, pero ocurre todo lo contrario, lo fraccionan.
Pero el caso más llamativo de personalismo político, lo tenemos hoy en Venezuela.
De repente numerosos gobiernos occidentales han cerrado filas en torno a la
figura de Juan Guaidó, considerándolo el presidente de Venezuela, sin que previamente
se haya celebrado unas elecciones democráticas presidenciales. Juan Guaidó es
el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, pero ni siquiera sus
miembros se han reunido para nombrarlo de forma pública. Gobiernos democráticos
europeos, han considerado legitimo reconocer como presidente de un país a
alguien se ha autoproclamado presidente en una manifestación. Es cierto que el actual
presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, no ha sido reconocido como presidente
de Venezuela, pero de ahí a reconocer a uno que se autoproclamado gracias a
estar apoyado por ocultos poderes internacionales, va un trecho, y representa un claro ejemplo de la degradación de valores democráticos
que sufre Occidente. El respaldo social con que cuenta Guaidó a nivel interno
es mínimo. Desde que se ha autonombrado presidente ha tenido que mantenerse
oculto, lógicamente, porque teme que el presidente Maduro le mande detener, al
estar este respaldado por las Fuerzas Armadas de Venezuela y la cúpula del Poder Judicial.
La UE, no ha reconocido a Guaidó como presidente, proponiendo que se
celebren unas nuevas elecciones presidenciales que disfruten de las mínimas garantías
democráticas. Algo lógico, si tenemos en cuenta lo que supusieron los personalismos políticos del
pasado siglo. La
UE empieza a percibir el peligro de acciones no democráticas impulsadas por
partidos de extrema derecha, herederos ideológicos de aquellos que provocaron
la IIGM, nazis y fascistas, que es lo que está ocurriendo en Venezuela. El
posicionamiento de Estados Unidos es difícil de entender. El presidente Trump está
retirándose de Siria, lo que significa ceder ante sus coleguitas rusos. No es lógico
que quiera liderar una intervención militar de su país en Venezuela. Por otro
lado, se asocia a Trump con los movimientos de extrema derecha que están surgiendo
en Europa, y con el que acaba de ganar
las elecciones en Brasil. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha dado su
apoyo Guaidó, pero la situación económica
de su país no creo que sea la más idónea para entrar en un conflicto armado en
Venezuela. Tump tiene antepasados alemanes, tal vez tenga sangre nazi. Pero también
es cierto que entre los millones de americanos que han votado al Partido
Republicano hay muchos con antepasados que
murieron luchando contra la ideología con la que Trump como mínimo ahora
coquetea, lo cual va a limitar mucho su capacidad de acción. Como mucho Trump
puede ordenar la reapertura de la Escuela
de las Américas, pero no creo que el Pentágono este de acuerdo con intervenir,
ir a morir a Venezuela, únicamente para
hacer presidente a Guaidó.
La derecha
española ha tardado poco en alinearse con Guaidó, algo lógico, pues aunque Venezuela está en la más completa ruina,
millonarias familias venezolanas, opuestas al presidente Maduro, han invertido
en los últimos años mucho dinero en España, por ejemplo, han comprado las
quebradas cajas de ahorro gallegas, hoy Abanca. Pero es impensable que las Fuerzas
Armadas que huyeron de la guerra de Irak, se quieran implicar en un conflicto
en Venezuela. Desde el “Desastre del 98”, las elites dirigentes españolas solo
emplean a sus militares en conflictos asimétricos; el instruido y muy bien
equipado Ejercito de África contra milicianos españoles mal preparados y todavía
peor equipados; para reprimir a la sociedad, etc, pero es impensable que
quieran ir a Venezuela a dar apoyo a Guaidó. Aunque sería bueno para España que
aquellos que están sobrados de ardor guerrero, que están reivindicando
violencia en la sociedad española, monárquicos, los que enseñan su pecho de
lobo en Alsasua, cogieran el portaviones Juan Carlos I y se fueran a guerrear a
Venezuela. Pero seguramente no sea así. Guaidó está más solo que la una, solo
le apoyan los suyos, pues los apoyos europeos y americanos, hoy por hoy, son más
simbólicos que reales.
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