martes, 29 de diciembre de 2020

“2020”, UN AÑO DE DERRUMBAMIENTOS Y CONSTATACIONES.

En septiembre del 2001 se produjo el mayor atentado terrorista de la historia de la humanidad. El terrorismo islamista ataco y derribo las Torres Gemelas de Nueva York, el World Trade Center, asesinando a casi 3000 personas. Pero a pesar de que ello supuso un drama personal para las familias directamente afectadas,  el  mundo occidental despidió el 2001 con sus tradicionales celebraciones y con la clásica  alegría colectiva. Y había razón para ello, las repercusiones de tal episodio histórico  para las vidas de los ciudadanos occidentales, incluidos los estadounidenses, fueron  mínimas. Las cuales se materializaron principalmente en nuevas medidas de seguridad en los transportes públicos. Cierto, Estados Unidos y sus aliados entraron en guerra, en Afganistán e Irak, pero ello afecto de forma directa a un muy reducido número de ciudadanos y familias. No va a ocurrir lo mismo con el 2020. En el 2020 no se han producido importante atentados terroristas, pero  pasara a la historia como un año de importantes derrumbamientos. Se han derrumbado los planes de muchos ciudadanos, algunos ya perciben que se ha derrumbado su futuro, y tendrán que reenfocarlo. Y se han derrumbado dos históricas realidades, la de unión y la de seguridad.

La ejecución del Brexit el próximo 31 de diciembre derrumbara la realidad de unión en Europa. Lo que se pensaba no hace muchos años que era una solida realidad de unión, se ha dado a conocer como una mera ilusión, que en pocos días se derrumbara, con unas repercusiones para los ciudadanos europeos que los expertos en diferentes áreas, política, económica, de cooperación o defensa y seguridad, no se atreven todavía a definir, pero que ya se vislumbra que no serán buenas para la gran mayoría de los ciudadanos europeos. Pero el derrumbamiento más traumático ha sido el de la seguridad. Si comenzamos el 2020, con el discurso de las elites gobernantes occidentales de que deberíamos resignarnos a ser vulnerables a las acciones indiscriminadas del terrorismo islamista, cerraremos el año, con el de que debemos aceptar también de forma resignada e inevitable otra amenaza, la del virus chino covid-19.

Los ciudadanos occidentales creíamos vivir en un ambiente de seguridad, en el que los gobiernos democráticamente elegidos garantizaban no solo la seguridad ciudadana, incluyendo en esta la seguridad sanitaria, sino también nuestros derechos, derechos históricos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero no era así, la seguridad era solo una ilusión que se ha acabado derrumbando. Hoy el covid-19 amenaza nuestras vidas y en mayor o menor medida, dependiendo del Estado, también los derechos de los ciudadanos debido a las medidas impuestas por sus gobiernos. La Organización Mundial de la Salud declaro la alerta sanitaria por covid-19 el pasado 30 de enero, pero los gobiernos occidentales no adoptaron medidas para frenar su entrada en sus respectivos territorios y su propagación hasta mediados de marzo, cuando el virus entrando por Italia ya se había extendido por toda la Unión Europea y saltado de forma masiva a Estados Unidos. Si en un principio se defendió la idea de que no era ni necesario ni conveniente cerrar fronteras y limitar la circulación de viajeros, luego se impusieron duras medidas destinadas a restringir no solo la movilidad de los ciudadanos sino también la realización de actividades económicas, condenando a muchos ciudadanos al desempleo.

Medidas contradictorias y en muchas ocasiones totalmente irracionales, que los gobiernos occidentales han impuesto apoyándose en el discurso compartido de que nos encontramos ante un escenario nuevo, desconocido y cambiante. En España, por ejemplo, millones de ciudadanos son privados del derecho a la libre circulación, unos no pueden salir de su comunidad autónoma, otros ni siquiera de su ciudad, pero se mantienen abiertas las fronteras con el exterior, de tal forma que ya se habla de que a España  ha llegado una nueva cepa del virus, con origen en Sudáfrica, a través de viajeros procedentes de Reino Unido. Es decir, el Gobierno de Sánchez está criminalizando a sectores sociales, amas de casa, pensionistas, desempleados, etc, privándoles del derecho a la libertad de movimiento, con el argumento de que se hace para evitar la propagación del virus, pero a la vez permite la libre circulación de personas pertenecientes a otros sectores sociales, sin ningún tipo de control, estando constatado que son los que propagan el virus, no solo a nivel nacional, sino entre países. Es evidente,  con  la falsa disculpa de frenar la propagación del virus, el Gobierno de España ha anulado la igualdad entre españoles, privando o garantizando el derecho a la libre circulación en función del rol social.

Además, el 2020 ha permitido constatar tres cosas. Uno, la capacidad de adaptación del ser humano no se ha debilitado con el desarrollo tecnológico y la mejora de su calidad de vida. El ser humano sigue siendo capaz de adaptarse a cualquier situación, por muy desfavorable que esta sea, con tal de sobrevivir, cambiando hábitos, reduciendo su movilidad, disminuyendo su consumo, adoptando medidas tan antinaturales como el continuo uso de mascarilla. Dos, los valores morales de nuestra sociedad, si existen dejan mucho que desear. Por ejemplo, el Gobierno de España, contando con la complicidad del sistema sanitario, ha permitido que miles de ancianos, por ejemplo, alojados en residencias, pero no los únicos,  hayan muerto en condiciones indignas, privados del apoyo y cariño de los suyos, y de una correcta atención sanitaria. Tres, la crisis del covid-19 debido a cambios en hábitos de ocio y reducción de consumo ha producido negativas consecuencias para las economías occidentales, como el incremento del paro. Dejando así  claro, en unos pocos meses,  que la corriente de pensamiento del decrecimiento, defendida por sectores de la izquierda política, no es deseable por las consecuencias que a corto plazo produciría en las economías capitalistas occidentales un cambio del estilo de vida actual  y una drástica disminución del consumo. Inevitablemente, el crecimiento económico sigue siendo la única solución para que un cada vez  mayor número de ciudadanos pueda disfrutar de mejor calidad de vida. 

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