El mundo va a terminar el 2025 y comenzar el 2026 liderado, más que gobernado pues a veces parece que nadie gobierna, por una política que se caracteriza por dos cosas: Extraños resultados electorales pendulares y una política exterior de numerosos gobiernos basada en los interés personales de sus líderes. Una política que como principal resultado tiene la incapacidad de dar solución a problemas que han sido definidos como importantes, pasando a calificarlos como inevitables.
Desde hace ya años, en
supuestos Estados democráticos, se están dando resultados electorales
pendulares, que oscilan desde posiciones ideológica de extrema derecha a
extrema izquierda, o viceversa, aunque se presente disfrazados de algo nuevo, de
populistas o trasversales, de posicionamientos ideológicos comunistas a posicionamientos
que deben ser calificados como herederos ideológicos de los que provocaron la
Segunda Guerra Mundial, Nazismo alemán y Fascismo italiano. Ha ocurrido en países
latinoamericanos, en Brasil, Argentina, recientemente en Chile, pero también en
la UE, en Italia, y numerosas encuestas vaticinan que en España pasaremos de un
Gobierno de colación del PSOE con Sumar, un partido de ideológica comunista,
anti NATO y prorruso, a otro del PP con Vox, una partido en el que se han integrado
elites militares de alto nivel, y que,
aunque sus lideres lo intenten disimular
basando su política en ofrecer soluciones a problemas como una masiva entrada
de inmigración procedente del sur del Mediterráneo, no deseada por un amplio
sector de la sociedad, y a los problemas de inseguridad ciudadana, como la ocupación
ilegal de viviendas, es heredero ideológico
de los que provocaron la Segunda Guerra Mundial. Ello se puede deber a que se
produce un cambio radical de ideología
de los ciudadanos cada cuatro años, algo poco probable, o a que se dan ocultos
pactos entre extremos políticos con capacidad de manipular el péndulo electoral,
llevándolo a los extremos. Algo elevadamente probable, si por ejemplo tenemos
en cuenta que se han descubierto e identificado claros vínculos entre partidos
de extrema derecha, como en España Vox, con gobiernos de Rusia, China, y demás aliados,
que lideran sectores políticos de extrema izquierda presentes en numerosas
democracias, por ejemplo, en Italia, el Movimiento 5 Estrellas, o en España
todos los partidos que han crecido gracias a la ola de Podemos, hoy Sumar,
Unidas Podemos, Más Madrid, etc.
Una política exterior basada
en intereses personales, sin ir muy lejos, la del Gobierno de Sánchez, por ejemplo,
con dictaduras como Venezuela o China. Los vínculos del expresidente Rodríguez
Zapatero con el régimen del presidente Maduro, no están basados en razones políticas,
ni en ideología, ni en los intereses de empresas españolas, simplemente en intereses
del expresidente y su entorno, en el que de forma clara está integrado el
presidente Sánchez. Una política exterior basada en intereses personales, como
la de actual Administración Trump. Seguramente gracias a la influencia que el
Gobierno ruso ejerce sobre Hamas y sus apoyos árabes, Trump ha logrado que
Hamás acepte la paz que le impone el Gobierno israelí, y ahora se lo quiere
agradecer obligando a Ucrania a aceptar un cuerdo con Rusia. Es indiscutible,
después de varios años de guerra a Ucrania le interesa cualquier acuerdo de paz
con Rusia, incluso ceder territorio a cambio de paz, pero el presidente Trump
quiere ir más allá. Olvidando
que tanto la OTAN, es decir el Pentágono, como los servicios secretos
estadounidenses califican al Gobierno ruso como un enemigo, Trump quiere
que un posible acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania sirva para olvidar el
pasado, permitiendo integrar de forma inmediata de nuevo a Rusia en foros occidentales,
como el G-6, con todos los beneficios que ello tendría para los negocios
exteriores de las elites rusas. Inexplicablemente, Trump está defendiendo los
posicionamientos políticos de una extrema izquierda del
Partido Demócrata liderada por Rusia, China y sus aliados en el mundo islámico.
Y
mientras su entorno más próximo haciendo caja gracias negocios con países,
como Serbia, que pertenecen a la orbita de Rusia y China y que están obligando
a las democracias occidentales a incrementar de forma importante su gasto en
defensa.
Llegamos al 2026 con un política que incapaz de resolver problemas considerados como importantes, los acaba calificando de inevitables, como un mal menor con el que debe convivir la humanidad, como algo característico de la época actual. Y así, vamos a comenzar el 2026 con los mismos problemas que comenzamos el 2025 y alguno nuevo.

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