El pasado 14 de marzo, el Gobierno de España, recurriendo a la declaración del estado de alarma, adopto una serie de medidas en apariencia para luchar contra la situación sanitaria creada por la epidemia provocada por el virus chino, covid-19. Muchas de ellas de forma clara inconstitucionales, por privar de forma arbitraria a muchos ciudadanos de derechos fundamentales. Cerrando o limitando actividades económicas. Medidas que se puede decir que han servido para muchas cosas, pero no para acabar con la epidemia del virus chino, y han provocado el cierre de empresas, incremento de paro y, lo más grave, han hecho subir la deuda pública a un nivel sin precedentes en democracia, el 110% del PIB, algo que costara mucho bajar. No contento con eso el Gobierno, no contento con saltarse la ley de leyes, la ley que regula la convivencia entre españoles y el juego democrático, la Constitución de 1978, ahora quieren imponer similares medidas sin declarar el estado de alarma, para poder mantener lo que podríamos definir como “abierta España”, es decir, total movilidad, manteniendo las fronteras exteriores abiertas, mientras se restringe la de concretos ciudadanos. El Gobierno intenta poder confinar ciudades de más de 100.000 habitantes que reúnan una serie de criterios sanitarios. De tal forma que personas sanas queden confinadas en los territorios de esas ciudades únicamente porque el Gobierno de España considera que su rol social no es esencial para sus intereses, mientras que los que si tienen un rol considerado esencial puedan disfrutar de derechos fundamentales.
Con la disculpa de intentar proteger la salud de ciudadanos
sanos, el Gobierno les está diciendo “Vd. no salga de su ciudad”. El Gobierno
de España siguiendo las recomendaciones del Ministerio de la Verdad, de un comité
de expertos que no se sabe quién lo forma, dice que es necesario sacrificar la libertad, sino la vida, de
muchos ciudadanos en beneficio del interés general. No hay que ser experto en
nada, ni muy inteligente, para llegar a la conclusión de que las medidas
adoptadas por el Gobierno son absurdas e ineficaces. Por ejemplo, no hay
evidencia científica de que un ciudadano se pueda contagiar más o menos en un desplazamiento,
usando un transporte público, dependiendo de la razón del mismo. La sociedad está
estructurada y organizada mayoritariamente en familias; si un miembro de la
familia se desplaza, por ejemplo, por razones laborales, es como si se hubiera desplazado
toda la familia, pues luego todos los miembros convivirán de forma conjunta y
muy estrecha. No quiero decir con ello
que crea que estamos gobernados por tontos, ni mucho menos, estamos gobernados
por unos listillos que quieren utilizar la situación sanitaria, que de forma clara han contribuido a crear,
para escenificar una demostración de poder contra concretos sectores de la
sociedad española.
En España hay una democracia a la romana, no importan las
leyes, algo es justo si cuenta con el apoyo de la mayoría. En España, no es opinión
sino información, se están tomando decisiones y adoptando medidas impropias de
una democracia moderna y occidental, propias de un régimen totalitario de ideología
fascista o comunista. Y la situación sanitaria, insisto, que de forma clara han
contribuido a crear, se ha convertido en la solución deseada y esperada para
justificar represión y encubrir violaciones de los derechos humanos. El sistema
sanitario español ha demostrado en numerosas ocasiones ser muy eficaz. Por
mucha propaganda televisiva que hagan para engrandecer su trabajo y éxitos, no
en la lucha contra epidemias, como lo demuestra la situación que sufre la
sociedad española, sino como medicina punitiva, como instrumento al servicio de sectores de
las elites dirigentes para ejercer control social, cometer de forma sutil
abusos y ajustar cuentas. Una vez más,
las elites dirigentes españolas nos dan a entender que solo conocen el lenguaje
de las pistolas, de la violencia, de la fuerza. O tienes fuerza para hacerte oír,
o te hundes en la nada, en una nada en la que intentaran privare de derechos
fundamentales.
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