Hace tiempo, que ya está claro, que el Gobierno ruso ha vuelto a
basar su política exterior en la amenaza militar. En el 2008 en Georgia;
en el 2014 cogiendo el control por la
fuerza de una Crimea que siempre había sido rusa; en la actualidad en la crisis
de Siria, dando apoyo militar al régimen de Bashar al-Asad, en contra de la posición
de las principales potencias occidentales; y recientemente, de forma explícita,
amenazando con nuevas armas con las que dice que puede atacar cualquier país del
mundo. Gran error, poco a poco Rusia se está volviendo a enterrar en una fosa
de aislamiento internacional de occidente. Rusia vuelve a ignorar que la peor
arma que puede amenazar a un Estado, a su pueblo, no es otra, que el hambre.
Rusia no ha aprendido las
lecciones del pasado. No se ha dado cuenta de que es el auge económico lo que
genera progreso y mejora la vida de los ciudadanos. No se ha dado cuenta de que
es el auge económico el cemento que permite crear alianzas internacionales. El
Pacto de Varsovia se basó en la amenaza militar de la disuelta URSS, desaparecida dicha amenaza, tuvo que
disolverse, y muchos de los países que habían sido obligados a formar parte de esa
alianza militar buscaron a partir de entonces su integración en la Europa occidental, tanto en la UE como
en la alianza militar occidental de la NATO.
No sé a quién amenaza el
Gobierno ruso, pero la respuesta de la UE está siendo abrir las puertas a
grupos de poder rusos. “Las cosas de Palacio van despacio”, pero esta política,
de puertas abiertas a la nueva amenazante Rusia, acabara provocando consecuencias negativas para la UE. En
Occidente se debería abrir ya el debate sobre si un país, Rusia, cuyo Gobierno amenaza
militarmente al mundo debe ser o no la próxima
sede del Mundial de Fútbol. En mi opinión, no.
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