El rey Felipe VI ha presidido
hoy la celebración de la Pascua Militar, poniendo de manifiesto un año más, que
la democracia española sufre desde su comienzo un importante anacronismo, al otorgar la Constitución al Rey
no solo la Jefatura del Estado, sino también el mando supremo de las Fuerzas
Armadas. Que la Casa de Borbón ostente el mando supremo de las Fuerzas Armadas,
con carácter hereditario, podría tener algún sentido en la época de Carlos III,
que fue quien instauro este celebración para conmemorar la toma de Menorca a
los británicos en 1782, pero en un estado moderno y democrático, no tiene
cabida, al ser un poder que carece de legitimidad democrática, y además, no
tiene sentido, al no ser reconocido dicho mando a nivel internacional, por ejemplo,
en el seno de la NATO.
Tal anacronismo, que el
constituyente ha introducido en el
sistema político democrático española jugando hábilmente con las palabras, de
tal forma que se habla de que la Constitución sitúa por encima de las Cortes Generales y del
Gobierno al Rey institucionalmente, pero no en poder político, algo fácil de
redactar pero difícil de materializar, afecta
de forma negativa al funcionamiento de las Fuerzas Armadas. No solo al estar sus miembros sometidos a
valores que chocan con los valores que deben imperar en una democracia, sino también
de forma operativa, pues provoca ambigüedad sobre quién sería el mando supremo de las Fuerzas Armadas, en el
caso de que Gobierno y Casa Real tuvieran decisiones distintas sobre un tema
importante, por ejemplo, en caso de guerra. Hoy en la Pascua Militar, el
presidente del Gobierno democráticamente elegido, Mariano Rajoy, ha tenido que
ceder la palabra a su subordinada, la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, simbolizando así, que en
la cadena de mando del Ejército español después de ella está el Rey. Y es que
el papel todo lo acepta, hasta que llega el momento de la verdad, entonces, el poder político democráticamente constituido
tiene que subordinarse a la Casa Real, a
un poder que carece de legitimidad democrática, algo totalmente inaceptable en
un Estado democrático. Es evidente, que es necesario y urgente abrir un debate sobre cuál
debe ser el rol que el rey Felipe VI debe jugar en la estructura del Estado,
buscando eliminar ambigüedades, tan importantes, como la de quien ostenta el mando supremo de las Fuerzas
Armadas. Que el rey Felipe VI sea el mando supremo de las Fuerzas Armadas es un
anacronismo que impide el total desarrollo
democrático de España, y por tanto, en mi modesta opinión, debería ser
eliminado de la Constitución, algo a lo que el rey Felipe VI debería contribuir,
renunciando a ostentarlo.
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