lunes, 16 de octubre de 2017

PUIGDEMONT AÑADE LEÑA A UN INCENDIO QUE LA ZARZUELA ANHELA QUE AUMENTE.

El presidente Carles Puigdemont ha contestado al requerimiento  del Gobierno, a través del cual le solicitaba que aclarara si había realizado una declaración unilateral de independencia o no, dándole de plazo hasta hoy a las diez. En la carta de contestación, Puigdemont le transmite al presidente Rajoy que ha suspendido el mandato popular que surgió de las urnas el 1 de octubre, solicitando abrir un periodo de dialogo de dos meses, en el que participen actores internacionales, españoles y catalanes. No da los nombres de los interlocutores, habla de instituciones y personalidades, que han pedido participar en una mesa de diálogo para dar una solución a la actual situación de Cataluña. No sabemos si cuando se refiere a los españoles, Puigdemont está pensando en un dialogo bilateral España-Cataluña, de presidente a presidente, Rajoy-Puigdemont,  o si se refiere a personajes, espontáneos, como por ejemplo, Vargas Llosa, político de origen peruano, que recientemente, apoyado por sectores de la derecha española, ha decidido tomar protagonismo en el asunto de Cataluña. El Gobierno de España ha interpretado la respuesta de Puigdemont como un sí, y le ha dado de plazo hasta el próximo jueves a las 10 horas para que revoque la declaración. En caso contrario, el Gobierno pedirá el respaldo del Senado para aplicar medidas encuadradas dentro del artículo 155 de la Constitución.   

La respuesta de Puigdemont es más de lo mismo. Su comportamiento está siendo políticamente hablando, insensato, irresponsable, cobarde y desleal con la sociedad catalana. Desleal, por las negativas consecuencias  que el proceso independentista están provocando en ámbitos como el de la economía y el mercado laboral, pero sobre todo porque está provocando una situación de eleva tensión que justifique  la represión por parte de los poderes del Estado, represión a la que, como él ha reiterado en numerosas ocasiones, no está dispuesto a hacerle frente. La respuesta de Puigdemont solo me inspira una idea: “Monárquicos, coño, monárquicos”. Es decir, son los monárquicos, el conjunto de familias que se benefician de que el rey Felipe VI ocupe la Jefatura del Estado, como bien es conocido no todas ellas de nacionalidad española, los que están impulsando el proceso independentista para crear una situación político-social que justifique la represión del fascismo borbónico, que justifique que Felipe VI pueda hacer una demostración de poder en Cataluña, sometiendo a la sociedad catalana recurriendo a la fuerza de los militares (Artículo 8º de la Constitución). No nos llamemos a engaño, el enemigo está en el Palacio de la Zarzuela, es Felipe VI y los grupos que le apoyan, entre los que se encuentran, lógicamente,  sectores del independentismo catalán.

Puigdemont quiere provocar una situación que justifique la represión contra la sociedad catalana, de forma cobarde,  sin asumir claras responsabilidades judiciales, para aminorar así el golpe de la justica a la vez que deja al pueblo catalán a los pies de los caballos del actual fascismo borbónico. La Audiencia Nacional está actuando contra el mando de los Mossos d´Esquadra, Lluís Trapero,  y las caras visibles de Asamblea Nacional Catalana  y Ómnium Cultural, respectivamente, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, pero no en cambio contra los miembros del Gobierno autonómico de Cataluña. Después de lo ocurrido el pasado 1-O, y  después de la carta que hoy ha transmitido el presidente Puigdemont al Gobierno de España, el hecho de que Puigdemont no esté ya detenido o inhabilitado seria inimaginable en una democracia, en un Estado de Derecho. Es evidente que la justicia española no quiere apagar, lo que podríamos denominar, el incendio catalán, sino provocar que este siga creciendo gracias a la leña que pone el independentismo catalán, para así poder justificar en el futuro un incremento de la represión contra la sociedad catalana.

Los conflictos políticos se pueden resolver en tres tipos de ámbitos: Uno, en el del dialogo, en el Parlamento, en organismos internacionales,  o mesas constituidas a tal efecto, etc. Dos, en el de la justicia, tribunales nacionales e internacionales. Y por último, en el de las armas, en el teatro de operaciones y cosas similares. Cuando el dialogo no conduce a nada, es necesario superar dicha fase, congelando el asunto, algo que se suele hacer muchas veces, reviviéndo una y otra vez el mismo conflicto,  o pasar a otra fase. En el asunto de Cataluña, aunque Puigdemont intenta mantener vivo el dialogo introduciendo a nuevos actores, este parece agotado, pues, entre otras cosas, Puigdemont exige bilateralidad y el Gobierno ofrece dialogo en el Congreso de los Diputados. El proceso independentista ha llegado a un momento en el que se puede congelar con facilidad, cambiando Puigdemont la música, por ejemplo, dimitiendo y convocando elecciones, o este deberá evolucionar hacia otra fase. La posición adoptada por Puigdemont, cobarde, de incrementar la tensión intentando evitar asumir responsabilidades judiciales,  solo conducirá a castigar todavía más al pueblo catalán, algo que no será tampoco beneficioso para el conjunto de la sociedad española.  

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