El presidente Carles Puigdemont
ha contestado al requerimiento del
Gobierno, a través del cual le solicitaba que aclarara si había realizado una declaración
unilateral de independencia o no, dándole de plazo hasta hoy a las diez. En la
carta de contestación, Puigdemont le transmite al presidente Rajoy que ha suspendido
el mandato popular que surgió de las urnas el 1 de octubre, solicitando abrir
un periodo de dialogo de dos meses, en el que participen actores
internacionales, españoles y catalanes. No da los nombres de los
interlocutores, habla de instituciones y personalidades, que han pedido
participar en una mesa de diálogo para dar una solución a la actual situación de
Cataluña. No sabemos si cuando se refiere a los españoles, Puigdemont está
pensando en un dialogo bilateral España-Cataluña, de presidente a presidente,
Rajoy-Puigdemont, o si se refiere a
personajes, espontáneos, como por ejemplo, Vargas Llosa, político de origen
peruano, que recientemente, apoyado por sectores de la derecha española, ha
decidido tomar protagonismo en el asunto de Cataluña. El Gobierno de España ha
interpretado la respuesta de Puigdemont como un sí, y le ha dado de plazo hasta
el próximo jueves a las 10 horas para que revoque la declaración. En caso
contrario, el Gobierno pedirá el respaldo del Senado para aplicar medidas
encuadradas dentro del artículo 155 de la Constitución.
La respuesta de Puigdemont es más
de lo mismo. Su comportamiento está siendo políticamente hablando, insensato,
irresponsable, cobarde y desleal con la sociedad catalana. Desleal, por las
negativas consecuencias que el proceso
independentista están provocando en ámbitos como el de la economía y el mercado
laboral, pero sobre todo porque está provocando una situación de eleva tensión que
justifique la represión por parte de los
poderes del Estado, represión a la que,
como él ha reiterado en numerosas ocasiones, no está dispuesto a hacerle
frente. La respuesta de Puigdemont solo me inspira una idea: “Monárquicos,
coño, monárquicos”. Es decir, son los monárquicos, el conjunto de familias que
se benefician de que el rey Felipe VI ocupe la Jefatura del Estado, como bien
es conocido no todas ellas de nacionalidad española, los que están impulsando
el proceso independentista para crear una situación político-social que
justifique la represión del fascismo borbónico, que justifique que Felipe VI
pueda hacer una demostración de poder en Cataluña, sometiendo a la sociedad
catalana recurriendo a la fuerza de los militares (Artículo 8º de la Constitución).
No nos llamemos a engaño, el enemigo está en el Palacio de la Zarzuela, es
Felipe VI y los grupos que le apoyan, entre los que se encuentran, lógicamente,
sectores del independentismo catalán.
Puigdemont quiere provocar una
situación que justifique la represión contra la sociedad catalana, de forma cobarde,
sin asumir claras responsabilidades
judiciales, para aminorar así el golpe de la justica a la vez que deja al
pueblo catalán a los pies de los caballos del actual fascismo borbónico. La
Audiencia Nacional está actuando contra el mando de los Mossos d´Esquadra, Lluís
Trapero, y las caras visibles de Asamblea
Nacional Catalana y Ómnium Cultural, respectivamente,
Jordi Sànchez y Jordi
Cuixart, pero
no en cambio contra los miembros del Gobierno autonómico de Cataluña. Después
de lo ocurrido el pasado 1-O, y después de
la carta que hoy ha transmitido el presidente Puigdemont al Gobierno de España,
el hecho de que Puigdemont no esté ya detenido o inhabilitado seria inimaginable
en una democracia, en un Estado de Derecho. Es evidente que la justicia
española no quiere apagar, lo que podríamos denominar, el incendio catalán, sino
provocar que este siga creciendo gracias a la leña que pone el independentismo catalán,
para así poder justificar en el futuro un incremento de la represión contra la
sociedad catalana.
Los conflictos políticos se
pueden resolver en tres tipos de ámbitos: Uno, en el del dialogo, en el Parlamento, en organismos
internacionales, o mesas constituidas a
tal efecto, etc. Dos, en el de la justicia, tribunales nacionales e
internacionales. Y por último, en el de las armas, en el teatro de operaciones
y cosas similares. Cuando el dialogo no conduce a nada, es necesario superar
dicha fase, congelando el asunto, algo que se suele hacer muchas veces, reviviéndo
una y otra vez el mismo conflicto, o
pasar a otra fase. En el asunto de Cataluña, aunque Puigdemont intenta mantener
vivo el dialogo introduciendo a nuevos actores, este parece agotado, pues,
entre otras cosas, Puigdemont exige bilateralidad y el Gobierno ofrece dialogo
en el Congreso de los Diputados. El proceso independentista ha llegado a un
momento en el que se puede congelar con facilidad, cambiando Puigdemont la música,
por ejemplo, dimitiendo y convocando elecciones, o este deberá evolucionar
hacia otra fase. La posición adoptada por Puigdemont, cobarde, de incrementar
la tensión intentando evitar asumir responsabilidades judiciales, solo conducirá a castigar todavía más al
pueblo catalán, algo que no será tampoco beneficioso para el conjunto de la
sociedad española.
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