Utilizando un lenguaje propio
del teatro, después del clímax que supuso en el proceso independentista la
convocatoria del Referéndum del 1-O y los hechos a que dieron lugar, en
concreto, las actuaciones del Poder Judicial y policiales, era de esperar que
hoy tuviera lugar en el Parlamento de Cataluña el desenlace final. Pero
no ha sido así. El presidente Puigdemont no quiere que finalice la obra, ni
tampoco que esta termine con un
desenlace abierto, y ha introducido un confuso y decepcionante anticlímax. Un anticlímax,
que como muchos otros hechos que se han producido antes, da a entender que el
proceso independentista no es otra cosa que una pantomima impulsada por
sectores monárquicos de la sociedad española, y realizada contando con la colaboración
de sectores nacionalistas catalanes. Una pantomima en la que no está claro
contra quien quiere ir las elites nacionalistas de Cataluña ni que reivindican
con la independencia.
En su comparecencia el presidente
Puigdemont después de recordar lo que había ocurrido con el Estatuto, y los
recortes que impuso el Tribunal Constitucional. Después de afirmar que las
elites de Cataluña habían contribuido al progreso de España y al proceso democrático,
aceptando el modelo político que surgió con la aprobación de la Constitución de
1978. Después de afirmar que en España se había producido una involución y una recentralización
por parte del Gobierno de la nación. Después de denunciar la brutalidad
policial de que fueron objeto numerosos ciudadanos el 1-O. Después de afirmar
que el 1-O se había producido un referéndum de autodeterminación y de presentar
los resultados, según los cuales había ganado
mayoritariamente el SÍ. Después de todo eso, ha dicho que hay que desescalar la
tensión y no contribuir de ninguna forma a incrementarla. Puigdemont quiere que
la obra continúe, sin subir la tensión, y para ello ha recurrido a hacer una declaración
de independencia a la vez que la suspendía, para buscar así abrir un proceso de
mediación y dialogo con los poderes del Estado español. Puigdemont también ha
dicho, algo que ha sonado terriblemente extraño, que esperaba de la Monarquía
su actuación mediadora en su función de moderador de la vida política, pero que
con el discurso amenazante del rey Felipe VI del 3 de octubre, dicho papel
estaba descartado. Extraña afirmación que para entenderla sería necesario saber
de qué hablan en la intimidad las elites dirigentes de Cataluña y el rey Felipe
VI.
Puigdemont ha dicho
textualmente “Asumo el mandato del pueblo para que Cataluña se convierta en un
Estado independiente en forma de república”, diciendo a continuación que abría
un proceso de mediación y dialogo con el Estado. Lo que ha sido interpretado
por Ana Gabriel, portavoz de la CUP, como hacer una declaración unilateral de
independencia sin efectos, o sea, nada, gaseosa, afirmando esta que no era lo
que habían pactado. Es de suponer, por tanto, que la CUP le retirara de forma
inmediata el apoyo a Junts pel Sí, lo
que hará tambalear el Gobierno de Puigdemont.
Por la forma en que ha evolucionado y por diferentes hechos que se han
producido, desde hace tiempo pienso que el proceso independentista catalán es una operación
política impulsada por los monárquicos, es decir, por el conjunto de familias
que se benefician de que la familia Borbón ostente en España la Jefatura del
Estado con carácter hereditario. Una operación política encaminada a provocar
una situación política y social que justifique que el rey Felipe VI pueda
someter a esa comunidad mediante la fuerza de las armas, es decir, recurriendo
a los militares y a la aplicación del artículo 8º de la Constitución. Operación política impulsada por
los monárquicos, pero que está claro que no se puede haber realizado sin contar
con amplias complicidades políticas, españolas e incluso internacionales,
incluyendo a sectores independentistas catalanes. Lo dejo claro el rey Felipe VI
con el mensaje que realizo el pasado 3 de octubre, adoptando un rol que poco
tiene que ver con el de poder simbólico y moderador que le otorga la Constitución
del 78 y que daba a conocer el nacimiento de un nuevo fascismo, el fascismo borbónico.
Y lo ha vuelto a dejar claro hoy el presidente Puigdemont, al no querer poner fin al proceso
independentista, haciendo una declaración de independencia, lo que provocaría
un choque frontal entre las elites dirigentes catalanas y los poderes del Estado español, no cambiando
tampoco de música, dejándolo todo abierto, como si ya no se llevaran años de
dialogo que no han conducido a nada. Quiero con ello decir, que da la impresión,
que quieren que Felipe VI pueda hacer su demostración de poder pero al menor
coste posible para las elites dirigentes independentistas catalanas.
El comportamiento de las elites dirigentes independentistas catalanas está
siendo además de manipulador, elevadamente cínico, cobarde y desleal con su
pueblo. Han provocado una situación de elevada tensión a la que no quieren
hacerle frente, dejando una y otra vez a sus ciudadanos a los pies de los
caballos del fascismo borbónico. A unos ciudadanos catalanes manipulados ofreciéndoles
un objetivo sino falso, imposible de
alcanzar de la forma que proponen. Unas elites políticas independentistas
cobardes y desleales con el pueblo que dicen, en palabras de Puigdemont, que
quieren desescalar la tensión, pero a la vez no poner fin a la principal reivindicación
que la está provocando, seguramente buscando volver a poner a los ciudadanos a
los pies de los caballos de Felipe VI. Buscan tensión, una tensión que
justifique la represión del fascismo borbónico, pero al menor coste para las
elites políticas que la provocan, de ahí que Puigdemont no haya hecho una declaración
unilateral de independencia como era de esperar.
Hoy Puigdemont tuvo una gran oportunidad para pasar a la historia,
quedando como un político que no manipula a su pueblo sino que lo defiende.
Pero no declarando la independencia ni cambiando de música ha elegido el camino
equivocado, arrojándose al cubo de la basura de los deshechos históricos. Ahora
ya es un personaje político poco creíble, desacreditado ante la opinión pública
tanto nacional como internacional. Es evidente que ahora el único que puede
hablar es el Parlamento de Cataluña, como bien dijo el líder del PSC,
convocando elecciones autonómicas lo antes posible.
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